viernes, 20 de noviembre de 2015

¿PRENSA POPULAR O PRENSA CHICHA?

En Perú, la prensa sensacionalista, como en otros países, existe desde hace varias décadas. Pero solo a partir de la mitad de los 80 y durante los 90 se generó en Lima una prensa aún más picante que la mera sensacionalista, la denominada prensa chicha, caracterizada especialmente por su estilo vulgar de explotación tendenciosa del sexo femenino, ataques y adjetivos hirientes a personajes públicos, ancianos, discapacitados y todo aquello que pueda ser novedad, utilidad, impacto o de interés humano. 

Inspirada en el diario El Popular, precursor de este tipo de sensacionalismo, la prensa chicha comenzó a expandirse, primero en Lima y luego en provincias, optando por el formato tabloide y poniendo en boga un abanico de colores estridentes en sus portadas, para enmarcar los grandes titulares junto a monumentales fotografías a todo color de mujeres que posan en minúsculas tangas.
El uso de un lenguaje coloquial ha popularizado el estilo de estos diarios. Evaluando que un gran número de habitantes en Lima entiende y habla en jerga, ésta se ha convertido en una moda; -especialmente para los jóvenes- y a través de los años se la ha considerado el lenguaje de las clases populares. Son estas mismas clases populares las que mayormente usan e ingeniosamente inventan nuevas palabras para facilitar una conversación que además contenga el clásico doble sentido y humor criollo. Así, por ejemplo, se usa la frase en jerga how are yuca que quiere decir: ¿cómo estás? La yuca es un tubérculo que se usa comúnmente en la cocina peruana y que en este caso se usa para reemplazar la palabra del idioma inglés you.

En cuanto al perfil del lector tipo de los diarios chicha, éste está íntimamente relacionado con las clases sociales y el grado de instrucción de la población.
En Perú se leen periódicos a menudo. Según el Informe Gerencial de Marketing realizado por la empresa Apoyo Opinión y Mercado S.A. en abril del 2004, aproximadamente tres de cuatro personas mayores de 12 años acostumbran leer un diario por lo menos una vez por semana.

Se puede percibir que la inclinación de cierto público lector hacia la prensa chicha tiene que ver con la proximidad en el uso del lenguaje en las portadas, es decir la jerga en los titulares, subtitulares y algunas noticias internas, que brindan a los lectores una fácil comprensión y lectura. Según un sondeo realizado por la Compañia Peruana de Investigación y Mercados (CPI) durante la semana del 23 al 29 de agosto del 2004, se observa que son los niveles socioeconómicos bajos y muy bajos los que cubren los primeros puestos de lectoría de los diarios chicha.
Ciertamente, debido a su precio económico -se venden a menos de la mitad de un diario serio- los diarios chicha han conseguido mantenerse en los kioscos de Lima y provincias gracias a diversos factores, entre ellos el factor político.






TELEVISIÓN BASURA. ¿MITO O REALIDAD?

La televisión peruana, en muchos días y en diversos horarios, es un cruel espejo de la deformación social en que vivimos. Esa caja boba cada vez más nítida y plana es también un Frankenstein monstruoso que cultiva todos los vicios: sexismo, violencia, homofobia y racismo. Eso es más conocido que la canción del “Taxi”. Pero proponer una marcha contra la televisión basura puede tropezar con la ineficacia y con la banalización. Con tantas apuradas protestas, ahora en Facebook están proponiendo marchas para que Marco encuentre a su mamá y para que Quico pueda jugar con su pelota cuadrada.
Como cuestión previa deberíamos definir: ¿qué es televisión basura? Preferiría utilizar otro término: televisión degradante. Allí podríamos reunir a las producciones que abusan del sexismo (el concurso de traseros en “La noche es mía”), los que atentan contra la dignidad (los bizarros concursos de los programas de Laura Bozzo) o los que despiertan racismo y homofobia (casi todos los programas cómicos de nuestra historia televisiva alguna vez han caído en eso). A pesar de que todos estos ejemplos son casi irrefutables, hay que reconocer que cualquier sentencia a un programa de TV está dentro del terreno de lo subjetivo. Para mí pudo ser televisión degradante aquel “Trampolín a la fama” de Ferrando, para otros no. 






       
No es ridícula la idea de marchar contra los pobres contenidos de la señal abierta, sin embargo tampoco es una medida que determine los cambios que muchos soñamos después de, quizá, lanzar el control remoto por la ventana. Es casi como salir a protestar en contra del tráfico en Lima o para que en la comida de los restaurantes ya no aparezcan inoportunos insectos. Una protesta política es distinta, la mayoría se enfoca en exigirle reformas o buenas conductas al Estado. Aquí hay más actores. Los culpables en las miserias de nuestra TV no solo están en el switcher de un canal. 
                                         

Si un niño de 12 años hace abdominales todos los días en casa para parecerse a uno de los modelos de “Esto es guerra”, la responsabilidad no solo es del programador o de los conductores. Hay padres de familia o hermanos mayores que pueden ser más decisivos en la educación de estos adolescentes. No sé si tengamos la televisión que merecemos, pero sí una que se empata con nuestros niveles de educación.  
Una protesta no modificará el ráting de Magaly o de ‘Peluchín’. Dejemos mejor las marchas para cuando los políticos se porten mal. No malgastemos un derecho cívico que estos últimos tiempos ha recuperado un terreno perdido. Si no quieren saber de la última pelea entre Sheyla y Pavón, mejor sigan las enseñanzas de ese filósofo de calle llamado Melcochita. ¿Te parece basura? Entonces: no los veas.